De vez en cuando sobre analizo cada detalle de mi vida y me doy cuenta de lo mucho que he cambiado en tan poco tiempo. Hay veces en que hasta me asusta lo diferente que soy ahora y es más bien el temor a que me he convertido en alguien que nunca creí ser. Recuerdo que hasta hace tres años decía que jamás sufriría por cosas tan insignificantes como la noche y ahora me encuentro pensando cómo es posible que es en las noches cuando más triste me siento.
Tal vez sea que he empezado a ver la vida como es y no sólo como he querido imaginármela. Y eso duele. Duele como perder al primer amor verdadero, pero el dolor se siente por partes y es casi imposible acostumbrarse a él. No sé si haya algo peor que darse cuenta que la razón por la que tal vez existía un velo de felicidad en la vida era nada más por la ignorancia. No saber que algo está mal es la mejor razón para creer que todo está bien. Y tampoco es que quiera sonar tan dramática. Es sólo que es verdaderamente triste pasar de creer en los sueños a entender realidades y atenerse a las consecuencias de imaginar.
Yo no creía en un mundo alterno hasta que un día descubrí que el mundo en el que he vivido no se parece en nada al que estoy viviendo en realidad.
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