A veces escribo para distraerme, otras veces sólo para concentrarme en escribir. Normalmente me duele empezar y cuando lo consigo no hay como detenerme. En sí soy adicta a escribir. La literatura para mí es un frenesí, sin ella sufro más de lo que sufro por ella. Porque todo lo que realmente amas, duele. Por eso me dueles tú. Porque te amo.

domingo, 27 de enero de 2013

Corazo(nada)

«Estoy sola y está oscuro. Venía caminando por esta calle y llegué a este lugar. Me dijeron que tú trabajabas aquí. Quiero sentarme, por favor.»
Tomó asiento sin hesitar y volvió a perderse en pensamientos. Sus ojos brillaban y luchaban por no volver a derramar una lágrima. El joven que la acompañaba en la mesa la veía con angustia. Sin saber qué contestar le tomó la mano y le preguntó «qué te pasa».

«Yo tenía un gran futuro en la literatura. ¿Lo sabes? Ya tenía editorial, ya querían publicarme. Vamos, tenía una gran historia, las palabras venían solas. Hasta tenía el nombre de mi libro. Lo tenía todo y lo perdí. Ya no tengo nada.» Suspiró. «Nada.»
Las luces del restaurante se apagaron unos segundos y después alumbraron la habitación otra vez. Andrea lloraba mientras Jorge le acariciaba la mejilla. Le dijo de golpe y casi sin respirar que era imposible que lo perdiera todo si aún lo tenía a él. Se llevaban diez años pero parecían unos niños enamorados el uno del otro. Andrea no dijo nada, sólo lo miró.

Después de un minuto de silencio, ella dijo, con un hilo de voz casi imperceptible, «mi mejor amigo se mató.» Se echó a llorar desconsoladamente y, mientras gritaba, Jorge se arrancaba del pecho una cruz dorada. Al verla en el piso, brillando, se levantó de la mesa, tomó a Ale del brazo y la acercó a su pecho. Ella ya no permanecía fuerte, había perdido la fachada de muchacha seria. Gritaba y lloraba y maldecía a todo el mundo. Se creía culpable.

«Yo lo empujé a eso. Lo dejé sólo cuando más me necesitaba. Me llamó, Jorge. Me llamó y no contesté por mi maldito orgullo. Tenía sólo veinte años y toda una vida por delante. Pero fui una egoísta y no contesté la maldita llamada. Se quitó la vida y no hice nada para evitarlo. Y no me digas que no soy culpable de todo porque yo sé que lo soy. Si no hubiera estado contigo...»

Nunca terminó de decir esa última frase. Antes de acabar guardó silencio. Jorge la soltó y ella lo observó atónita. Era demasiado tarde para cambiar la historia. Andrea y Jorge estaban solos en una habitación vacía. Alumbrada sólo por las velas que amenazaban con apagarse con el aire. Le pidió tranquilamente que se fuera. Andrea siguió su camino sin mirar atrás. Estaba perdida.

Fue muy extraño que perdió a dos personas en una misma noche. Y esa misma noche, sin saber donde estaba, se reencontró con la mujer que se había extraviado por darle todo a alguien más. Sí, estaba sola, pero se sentía libre.

Despertó por la mañana sudando frío. Todo el cuerpo le temblaba y le dolía la cabeza de tanto llorar. Dirigió la mirada hacia la luz de la ventana y vio una silueta de espaldas a ella. «No dormí ni un segundo, Andrea. Te la pasaste toda la noche llorando. Te intenté despertar y no podía. ¿Qué soñaste?» No era la voz de Jorge sino la de Damián. «No sé.» Contestó. «Creo que aún estoy dormida».

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